Cada año vemos encarnado el fruto de nuestra misión cuando celebramos con los alumnos y alumnas de segundo de Bachillerato el fin de su etapa en el colegio. Para nosotros acaba su formación y para ellos empieza la vida fuera de estas cuatro paredes. Se han de enfrentar a nuevos lugares, a nuevas gentes, a nuevos proyectos, pero también se van a enfrentar a sí mismos, a sus propias capacidades. Por nuestra parte, les hemos ofrecido un lugar de aprendizaje, de vida, de evangelización. Les hemos enseñado a aprender a conocer, a hacer, a vivir juntos, a ser. Hemos sido para ellos un lugar de comunidad en el que vivimos y transmitimos la fe, la esperanza y el amor; un lugar en el que los chicos y chicas han podido aprenden progresivamente a armonizar fe, cultura y vida. Es decir, hemos intentado alcanzar con cada uno de ellos nuestro perfil de salida: que sean buenos cristianos y horados ciudadanos.
En estos días no es fácil proponer una educación integral que tenga en cuenta todas las dimensiones de la persona: sus conocimientos, sus destrezas, su desarrollo físico, afectivo, emocional, o la propuesta de unos valores que nos parecen esenciales y que abarcan los distintos ámbitos de la vida: el personal, el familiar, el social, el profesional y el medioambiental. Nosotros, en el fondo de todo ello, hemos puesto las cuatro dimensiones que reconocemos en cada persona: la dimensión interior, la dimensión de la fraternidad, la dimensión solidaria y la dimensión trascendente. Ser libre, fraterno, solidario y sentirse bendecido por Dios.
Por todo ello, este grupo de alumni, además de nuestro cariño y recuerdo -esta sigue siendo su casa- se llevan para su vida una educación en valores que creemos que les va a ayudar a ser felices, a realizarse plenamente como personas y a implicarse en la transformación y mejora de la sociedad. Creemos que les hemos despertado una visión cristiana y creyente de la vida y del mundo y pensamos que han sido, realmente, protagonistas de su propio proceso de enseñanza-aprendizaje. Les hemos ayudado a crecer y madurar como personas, potenciando sus capacidades y acompañando su desarrollo desde una atención individual y una presencia cercana. Les hemos mostrado lo bueno de la cultura del esfuerzo, del trabajo diario bien hecho, de la constancia y la fuerza de voluntad para superar sus dificultades.
Así que Carmen, Lucía, Beatriz, Lucas, Alejandra, Juan, Isabel, Adrián, Juan, maría, Inmaculada, Gabriela, Luka, Jimena, Lucía, Pilar, Lucas, Jaime, Carla, Matías, Antía, Olivia, Marta, Óscar, Lorena, Juan, Paula, Juan Antonio, Daniel, Jorge, Mónica, Alba, Alejandro, Manuel, Javier, Martín, Sergio, Teresa, Gonzalo, Ana, Yago, Ana, Pablo, Luis, Lucas, Laura, Diego, Pablo, Elena, María, Ignacio, Manuel, Máximo, Pilar, Reyes, Alba, Álvaro, Mónica, Sara, Paula y Nuria, ya sabéis dónde estamos, dónde está vuestra casa y dónde queda vuestra primera alma mater. ¡Que nuestra buena Madre os acompañe siempre!