Hoy, que ha sido miércoles de ceniza, ese día en el que la Iglesia pone en marcha el reloj hacia el domingo de Ramos, que da paso a la semana de Pascua y al domingo de Resurrección, hoy, digo, en el colegio hemos celebrado que somos muy poca cosa. Hemos ido bajando al salón de actos y, en silencio, nos hemos ido recogiendo, y cuando ya nos hemos recogido, ha habido un ratito de silencio, un ratito de nada, un ratito de estar dentro y contemplar el misterio que llevamos dentro.
Desde los más pequeños hasta los más mayores, todos los alumnos y profesores hemos tenido la oportunidad de celebrar juntos nuestra fe y vamos a recorrer este camino de cuaresma con una sonrisa en la cara y en el corazón.
Hoy, con la ceniza que nos han impuesto, con ese símbolo de pobreza y de ser nada, caemos en la cuenta de nuestra fragilidad, de esa fragilidad que no nos acabamos de creer. Caemos en la cuenta de que solos no podemos hacer muchas cosas, de que necesitamos la ayuda de Dios hasta para las cosas más sencillas.
Nos han propuesto tres cosas: ayunar, dar limosna y rezar. Ayunar es como tener un gesto de generosidad que nos priva de algo; dar limosna es como ser solidario con alguien; rezar es contarle a Jesús lo que llevamos en el corazón. Estas tres propuestas son un buen plan para esta cuaresma que hoy comenzamos. En este tiempo de preparación, somos conscientes de que tenemos un Padre Todocariñoso que nos mira, nos cuida y nos acompaña. Y aunque somos poca cosa, cada uno de nosotros queremos agradar a Dios, que sabe nuestro nombre, porque hay alegría en ser poco cuando te reconocen como hijo.
En realidad, nosotros los maristas, los hermanos, los profesores, los alumnos, las familias, el personal, somos muchos, pero en realidad no somos casi nada porque aquí, quien lo hace todo, es María, nuestra buena Madre.