En el cole vivimos el amor de Jesús una y otra vez. En las últimas semanas hemos vivido su amor cuando decide sufrir y morir por nosotros y, en estos últimos días, vivimos y celebramos su amor cuando vuelve a la vida, también por nosotros.
El tiempo de cuaresma que hemos pasado en las clases, en el patio, en el comedor, en casa, ha culminado en la Semana Santa, momento que hemos aprovechado para descansar, claro está, pero también para acompañar a la madre de Jesús, nuestra buena Madre, tras los pasos de su hijo amado, nuestro hermano. Y el domingo pasado las campanas del barrio nos anunciaron, bien de noche, que ya no está, que el sepulcro está vació y que Jesús ha resucitado.
Todas las clases celebramos, un año más, que Jesús vence a la muerte. El equipo de pastoral nos ha ayudado a recordar, a visualizar, a valorar lo que significa ser hermanos pequeños de Aquel que nos dio su vida entera.
Para nosotros, para los maristas, para los chavales, los profesores, los hermanos, los padres, tener a Jesús en nuestra vida, en nuestra clase, es una pasada. Siempre hay un puesto para Él en nuestra clase, en nuestro patio. Es precioso ir por cualquier pasillo del colegio y ver y oír el silencio, la canción, el video, la oración recitada de los chicos, y percibimos que estamos sembrando el amor de Dios en el corazón de tantos niños y niñas.
Cada curso ha celebrado la cuaresma y cada curso, cada alumno, todo el colegio, va a celebrar la vida que se nos vuelve a regalar. ¿Y qué significa todo esto para nosotros? Pues todo esto, para nosotros, significa que el bien vence al mal, que la vida vence a la muerte, que querer a nuestros compañeros y amigos es garantía de llevar el evangelio en el corazón y que arrancamos, cada mañana, una sonrisa a María, nuestra madre del cielo. Y es que, otra vez, ha resucitado.