A lo largo del Capítulo se ha aludido con frecuencia a la imagen con la que Abel presentó su propuesta para los hermanos y para la Provincia en el próximo trienio. Se nos pedía no pasar por la vida caminando en caminos seguros, sino metiéndonos en los charcos en los que se juega la esperanza y el futuro mejor. La respuesta al “ahora ¿qué?” es fácil. Ahora, a embarrarse allí donde hay que encontrar fraternidad y donde el camino de Dios se encuentra con los necesitados y con los que buscan en su corazón las huellas de Dios en su vida. Nos podemos embarrar como diversión e, incluso, con la actitud adolescente de rebeldía, por el simple hecho de chapotear y salpicar a nuestro alrededor. Nuestro tiempo no es tiempo para la diversión, ni para actitudes de rechazo, ni para dejar que sean los demás los que se atrevan a dejar el camino firme para aventurarse por baches y charcos. El “ahora ¿qué?” es un ahora de grupo unido que, incluso, se tiene que dar la mano ante una sombra o duda del camino, es un ahora de comunidad y de Provincia y queda muy feo cuando se ve que alguien no sigue el paso o va al margen del grupo. El “ahora ¿qué?” es un ahora de compromiso, de audacia, de caminar sin conocer el fondo, de salir de cada uno de nuestros proyectos con ropa sucia y manchada… Los maristas necesitamos vivir en el tiempo nuevo que desvela el rostro de un Padre Dios que se preocupa por cada uno de sus hijos y el rostro de una familia de hermanos solidarios y corresponsables con la rica tradición que hemos recibido. Tenemos seguridades y relatos que nos facilitan una vida tranquila en el calor del hogar. Pero es hora de construir una nueva estancia familiar, una nueva mesa, una nueva cadiera, porque con ello se recrearán las historias y se empezarán a escribir otras nuevas. Cada uno de nosotros, los maristas de Ibérica, hermanos y laicos, cada comunidad, cada fraternidad, cada grupo, y la Provincia entera debemos cargar con el “ahora, ¿qué?” dejando de lado el “antes, ¿qué?” o el “mañana, ¿qué?” con los que podemos jugar sin que nos duela la cabeza o las manos.
Hermano José Luis Santamaría